martes, 27 de mayo de 2008


PLATON

Nacido de una familia de abolengo ateniense con larga historia de participación en la política de la ciudad, intervino en la vida pública tan pronto como se lo permitió la edad. Pero la realidad que vivió –la Dictadura de los Treinta tras la derrota frente a Esparta, el régimen democrático que siguió después y que condenó a muerte a su maestro Sócrates lo hizo cambiar de rumbo. "Entonces –dice en una carta–me comenzó todo a dar vueltas con vértigo de náuseas, y llegué a la convicción de que todas las actuales constituciones de los pueblos son malas. Y me vi impelido a cultivar la auténtica filosofía… maestra de lo que es bueno y justo tanto en la vida pública como en la vida privada."
Dos motivos lo alientan: uno, defender y continuar la obra de Sócrates; el otro, defender la idea de ciudad-estado como unidad política, económica y social independiente.
La doctrina de las ideas
Sócrates había enseñado a buscar la esencia de las cosas, la esencia de la justicia, la esencia del valor, abstrayéndolas de los casos particulares en que se encuentra justicia o valor. Pero ¿existe la justicia por sí sola o únicamente existen actuaciones humanas justas? ¿Existe el valor o sólo actuaciones humanas valientes? Existe la esencia del triángulo o sólo objetos individuales con forma de triángulo?.
Heráclito había enseñado que todo cambia permanentemente. ¿Cómo podemos conocer lo que cambia si lo que conocimos en un instante es otra cosa después? Conocer supone que lo conocido permanece pero los heraclianos aseguran que nada permanece. Si todo cambia, ¿cómo puede defender Platón a su maestro Sócrates cuando éste dice que la areté es conocimiento y cuando pide que busquemos las esencias de las cosas? ¿Existen las esencias? Parménides había dicho que existe una substancia simple, inmóvil e inmutable, conocida sólo por nuestra inteligencia; los datos que nos proporcionan los sentidos son simplemente ilusión.
Platón creyó resolver el problema afirmando que las esencias existen y se refirió a ellas con la palabra griega idea que significa patrón, arquetipo, modelo; más aún, ellas son la verdadera realidad; los seres de que nos informan los sentidos no son simple ilusión como decía Parménides pero tampoco tienen una realidad propia; son como proyecciones pobres y limitadas de las ideas, pero ciertamente "participan" de ellas y eso les da una apariencia de ser. Este mundo físico está en el espacio y en el tiempo, por eso es cambiante, múltiple, divisible. En cambio las ideas no están en el espacio ni en el tiempo, son espíritu, no cambian, son eternas.
Las actuaciones justas que vemos en los hombres son participación –aunque débil y limitada de la forma perfecta de justicia. ¿Por qué llamamos nosotros "justa" a esa actuación? ¿Teníamos de antemano el concepto de justicia? Platón dice que sí.
El alma humana –la parte del hombre que conoce– es individual, supraterrena, indivisible, por tanto inmortal. Solamente cuando es entregada a los "instrumentos del tiempo" se une con el cuerpo y comienza a tener percepciones sensibles. Ha tenido muchas vidas terrenas. Antes de ellas y entre unas y otras, conoció las formas eternas o tuvo vislumbres de ellas. Las ha olvidado porque el cuerpo la esclaviza, pero ciertas cosas que los sentidos le permiten percibir en torno de ella la hacen recordar lo que antes había conocido. Por eso podemos calificar de "justas" a ciertas actuaciones de los hombres, de valientes otras, de prudentes otras. Dar con las esencias de las cosas es recordar bien lo que conocíamos antes.
La percepción de los sentidos, que el cuerpo hace posible, despierta el recuerdo de las formas eternas que son lo real y verdadero. Abierto ese camino, el filósofo sigue por él, dominando los deseos del cuerpo para liberar al alma y permitirle dedicarse al conocimiento de las formas perfectas. (Platón hace decir a Sócrates que la filosofía es una preparación para la muerte porque prepara al alma a quedarse permanentemente en el mundo de las ideas).
Así son los filósofos que Platón quiere gobiernen las ciudades, como veremos enseguida. Para ellos el poder político no será una tentación sino una carga que soportan por el bien de la comunidad. Su vida no será fácil pero será feliz porque han alcanzado la sabiduría.

Lo bueno
De las enseñanzas de los sofistas –que las leyes son meros convencionalismos humanos y que la dike de la naturaleza permite al fuerte hacer lo que le plazca– derivaba una conclusión: el deber no tiene sentido, bueno es lo que agrada. Amanecía el hedonismo. Sócrates y Platón se dedicaron a negar la igualdad entre bueno y agradable.
Sócrates primero insistía en la necesidad de conocer qué es lo bueno. Hay cosas agradables al principio y dañinas después, por tanto lo agradable sin más no nos asegura lo bueno. Nos acercamos más a lo bueno si pensamos en lo que es beneficioso siempre y nunca daña. Pero, ¿nos estamos quedando en un egoísmo calculador?
No era eso lo que Sócrates quería. Usaba ese tipo de argumentación para voltear contra los sofistas sus propias palabras. Pero, si nos quedamos con la palabra beneficioso, hay una pregunta más que hacer: ¿beneficioso para qué?
Para Platón todo tiene fin, función (ergon). Cumplir con ese fin es el bien de cada cosa. Hacerlo presupone una areté: el estado en que cada cosa realiza mejor su ergon. El carpintero que hace una lanzadera no la hace a su capricho sino teniendo en mente el uso que le dará el tejedor. Los que construyen un barco ordenan todas sus partes, subordinan todas sus partes al propósito de navegar. También el ser humano tiene un fin y por eso hay una areté específicamente humana –un estado óptimo del alma humana que permite al hombre alcanzar su fin.
En la República se busca cuál es ese estado optimo del alma humana al que también llaman dikaiosyne (lo que es propio del ser humano, palabra generalmente traducida por justicia). Como en el lenguaje corriente la palabra alude principalmente a las relaciones entre los hombres, en la República se considera apropiado hablar primero del estado óptimo de estas relaciones en la ciudad y hasta después del hombre en sí. Comencemos, pues, con la areté o la dikaiosyne de la ciudad.

El bien de la ciudad
Al principio dijimos que Platón quiere defender la idea de ciudad-estado como unidad política, económica y social independiente. Retrocedamos un poco. El dominio de Filipo y Alejandro de Macedonia sobre Grecia terminó con la autonomía de las ciudades-estados, aunque, en verdad, éstas venían en decadencia desde hacía un tiempo.
En las antiguas ciudades, estado y religión eran una sola cosa. Conviene aclarar esta afirmación para no proyectar en el pasado cosas del presente: no es que la iglesia estuviese subordinada al estado o el estado a la iglesia; no había palabra para lo que hoy entendemos por iglesia ni existía nada parecido a iglesia fuera del estado mismo. El culto que daban a los dioses eran festivales oficiales de la ciudad y se participaba en ellos como ciudadano. La religión no era un asunto personal sino ciudadano. Por tanto, poner en duda la religión era poner en duda las bases de todo el orden social.
Tales dudas se venían sembrando. Los filósofos de la naturaleza, de que hemos hablado antes, decían que los dioses probablemente existían de una forma diferente a la trasmitida por tradición homérica; los sofistas enseñaban que no se podía saber nada de los dioses y que éstos nada tenían que ver con las leyes de las ciudades –hechas y deshechas por los hombres. Un tercer ataque a la antigua religión provenía de movimientos místicos, generalmente basados en escritos atribuidos a Orfeo, cuya religión era asunto personal, totalmente separado de los deberes ciudadanos.
Platón había renunciado a la actividad política pero pensaba mucho sobre la vida política y comprendía la decadencia. Quiso revertirla. Había que volver a la antigua ciudad-estado pero sin los errores, desórdenes y abusos de la envilecida democracia griega. Gentes inmorales e incapaces gobernaban para su propio beneficio. Platón quiere ordenar toda la ciudad al bien de la ciudad.
Su maestro Sócrates lo había enseñado heroicamente con su muerte. En el diálogo Critón, el discípulo insta al maestro a huir de la cárcel y de la ciudad para escapar de la muerte. Sócrates responde: "si estando ya en el paso mismo de escaparnos de aquí... llegaran las Leyes... y preguntaran: dime Sócrates, ¿qué es lo estás pensando hacer? ¿Que piensas con esta obra que estás emprendiendo destruirnos a nosotras las Leyes y en cuanto está de tu parte a la Ciudad entera? ¿O crees que puede persistir sin arruinarse aquella Ciudad en que las decisiones judiciales nada puedan y en que los particulares las anulen y depongan de su señorío? ¿Qué responderemos, Critón, a estas y semejantes cosas?" (1)
Para Platón el bien o fin de la ciudad es que los que en ella vivan lo hagan tan plena y felizmente como sea posible (y uno recuerda las sencillas palabras con que comienza la constitución de los Estados Unidos: "Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, con miras a formar una unión más perfecta, instaurar la justicia, asegurar la tranquilidad interna, proveer para la defensa común, promover el bienestar general y garantizar las bendiciones de la libertad…"). Como las partes de un barco tienen distintas funciones, todas subordinadas a la buena navegación, así las partes de la ciudad deben cumplir su propia función contribuyendo al orden y bienestar del todo.
Las partes de la ciudad son sus ciudadanos a quienes Platón agrupa en tres clases según sus intereses o inclinaciones. La clase más numerosa es la de los dedicados a satisfacer las necesidades económicas; unos proporcionan alimentos, otros artesanías, otros intermedian como comerciantes; son personas que dan más importancia a las cosas de los sentidos. Luego viene la clase de los guardianes y guerreros, encargados del orden y defensa de la ciudad; su característica es el valor; como de ellos saldrán los dirigentes de la ciudad, reciben educación especial; no podrán tener familia ni propiedades para que lo personal no los distraiga de los intereses de la ciudad; las mujeres de esta clase reciben la misma educación que los varones y participan en las guerras. En las Leyes, escritas en la vejez, Platón suaviza estas durezas, permitiendo la familia y la propiedad, pero todavía allí limita la propiedad, porque la codicia es la fuente de todos los males del estado. De entre los guerreros se escogen los mejor dotados y entre los 20 y 30 años se los somete a más formación. Los que sobresalen pasan a la tercera clase de la sociedad, los "guardianes perfectos" cuya su función es gobernar y cuyo rasgo sobresaliente es la inteligencia; porque son filósofos perfectos serán capaces de poner la verdad como base de todos los asuntos.
La areté (virtud) o la dikaiosyne (justicia) de la ciudad consiste en que cada clase cumpla sus funciones en armonía con las otras clases. Este es el estado óptimo de la ciudad, el que la permite alcanzar su fin, su bien.
Los fundadores de los Estados Unidos trataron de evitar los abusos de los gobernantes por medio de la separación de los poderes; con el mismo fin Platón separó a los gobernantes de la actividad económica; quien está interesado en riquezas bien puede dedicarse a ellas, pero no puede gobernar. Los abusos de los gobernantes, sin embargo, no se quedan sólo en lo económico. ¿Cómo los previene Platón? Pareciera que confía en la santidad de sus filósofos, aunque, como hemos visto, no les tuvo confianza en asuntos de bienes materiales.

El bien del hombre individual
Todos conocemos situaciones como esta: se tiene mucha sed pero al mismo tiempo se sospecha que el agua disponible está envenenada. Algo te dice que satisfagas tu sed y algo te dice que te abstengas. En esta lucha interna Platón descubre que el alma también tiene "partes". Está amaneciendo la psicología. La parte que te dice que es mejor abstenerse, a la que Platón llama razón, es la que tiene capacidad de pensar y su función es conocer lo espiritual. A la que te dice que bebas la llama deseo y su funcíon es atender las exigencias del cuerpo, las de alimentación, salud, reproducción. Pero Platón ve más: unas personas efectivamente resisten, otras ceden; por tanto el alma tiene otra parte más, la que decide; la llama thymos; a ella pertenecen los afectos nobles como la ira, la ambición, el valor, la esperanza; es lo que hoy llamamos fuerza de voluntad y su función es servir como de brazo ejecutivo de la razón, someter a la razón toda el alma humana.
El estado óptimo del alma humana, su areté o dikaiosyne es la colaboración armoniosa de las tres partes bajo la dirección de la razón.
Las dificultades que ofrecía el planteamiento hedonista de los sofistas quedan definitivamente superadas con este planteamiento de Platón. El bien del hombre no sólo no es igual al placer sino que es asunto enteramente de otro orden: la saludable organización del alma.
Nótese que, sin las tres partes del alma, Platón no hubiese podido agrupar a los habitantes de la ciudad en las tres clases en que los agrupó. Las inclinaciones e intereses de los hombres varían con el influjo de una u otra parte del alma. En el alma de los que se inclinan por los asuntos económicos influye más el deseo; en los guardianes y guerreros, el thymos; en los filósofos, la razón.
Sócrates había dicho que los hombres escogían el mal por ignorancia; si lograban conocer el bien, escogían el bien. Ahora vemos que, si el alma humana no está bien ordenada, el deseo puede superar a la razón. Sócrates tuvo una formidable fuerza de voluntad en su vida, pero no comprendió su importancia. Dio un paso genial hacia la verdad al enseñarnos que la virtud es conocimiento, pero Platón lo supera con otro paso genial al reconocer que podemos tener conflictos dentro del alma y que necesitamos una voluntad obediente a la razón para resolverlos bien.

Comienza la teología natural
Los sofistas conocían lo que habían dicho los filósofos de la physis y trataban de valerse de esas enseñanzas para defender su obsesión: la contradicción entre ley y naturaleza. Teorías como la de Demócrito, en que toda la naturaleza se explica con átomos en movimiento sin que nadie sepa por qué se mueven, les permitía afirmar que todo es producto de azar.
En el capítulo 10 de las Leyes, donde se trata de los crímenes contra la religión, hay un resumen de estas afirmaciones.
Lo importante es la naturaleza, que es fuerza irracional y por eso puede también ser llamada azar. Todo –las estrellas, las estaciones, los animales, las plantas– son resultado de combinaciones casuales de la materia.
Los hombres inventaron el arte y el designio que se oponen a la naturaleza. Las leyes no existen en la naturaleza, son invención humana. Los dioses mismos son invento humano.
La vida de acuerdo a la naturaleza es ser más fuerte que los otros y no someterse a ninguna ley.
Platón responde que el arte y el designio son naturaleza y, por tanto, no se oponen a ella. El arte y el designio son obra de la inteligencia y la inteligencia es lo más alto de la naturaleza. No sólo lo más alto, la inteligencia es la causa de todo lo demás.
Afirma esto basándose en su análisis del movimiento, entendido éste como cualquier cambio de las cosas. El movimiento puede ser automovimiento cuando su origen está dentro de lo que se mueve. También puede ser movimiento externo, cuando es provocado desde fuera de lo que se mueve; pero estos movimientos externos nos llevan, al final, a un automovimiento. El automovimiento es, por tanto, anterior a los movimientos externos. Puede comunicar movimiento a todos los demás porque tiene en sí mismo la fuente del movimiento.
¿Conocemos algo a lo que podamos llamar "auto-motor"? Sólo una cosa: el alma, la psyche, el principio de la vida. El alma es anterior a todo lo demás y es causa de todo lo demás.
Si el alma es anterior al cuerpo, los atributos del alma son anteriores a los atributos materiales. La inteligencia y la voluntad son anteriores al tamaño y la fuerza. La primera causa es el designio inteligente y no una fuerza irracional, como decían los sofistas.
Ahora bien, Platón conoce la existencia del mal moral y de movimientos "irregulares" y eso lo hacen pensar que en el universo actúan también almas depravadas. El alma racional actúa ordenadamente, como se ve en los movimientos cósmicos, en los de las estrellas, en los del día y la noche; su regularidad indica que están regulados por una inteligencia. El alma más alta de todas, origen de todos los movimientos, es por necesidad la más perfecta y la mejor.
Este razonamiento de Platón no lleva, estrictamente hablando, al puro monoteísmo, pero prepara el terreno para el argumento de Aristóteles. Además, Platón busca a Dios por otros caminos: "…si existen cosas más o menos perfectas, más o menos bellas y buenas, más o menos dignas de amor…, necesariamente debe haber un ser en quien la bondad, la belleza y la perfección estén en estado puro, y que es la razón de la belleza y de la bondad de todos los otros seres. Y se remonta así hasta el verdadero Dios, trascendental y distinto del mundo, que se lo representa como la Bondad misma, el Bien absoluto, el Bien en persona, si así puede decirse." (2)
Al final de su vida decía que los hombres somos propiedad de Dios. Sólo Él tiene los hilos y dirige nuestra vida. "Las cosas humana no son por ello dignas de tomarse muy en serio". Pero al hombre justo y moralmente bueno siempre le amará. Es su amigo.

Evaluación de Maritain
"Los errores de Platón derivan sobre todo, al parecer, de sus prejuicios apasionados por la cultura matemática, que lo conduce a menospreciar la realidad empírica. También provienen de un concepto demasiado ambicioso de la filosofía, en la cual Platón, aunque más discretamente que los sabios de Oriente, habría pretendido encontrar la purificación, la salvación y la vida de los hombres.
Tanto es así que, por causa de esos principios de error latentes en el platonismo, se verán más tarde relacionarse con Platón, más o menos directamente, todas las grandes quimeras filosóficas que tienden por diversos caminos a considerar al hombre como un espíritu puro.
En Platón mismo, en cambio, esos principios de error se mantuvieron en una atmósfera demasiado pura para que pudieran dar su fruto y vaciar la esencia misma del pensamiento. Por esta razón un San Agustín podrá aprovechar tantas verdades del viejo tesoro de la filosofía de este pensador.
El pensamiento de Platón es amplísimo y quiere abarcar todas las cosas en un solo abrazo. Pero su sabiduría superior y maravillosamente intuitiva le impide fijar en una doctrina definitiva muchas cuestiones que deja sin precisar. En muchos puntos débiles, en los que otro insistiría, él pasa adelante. De modo que lo que en otros es una nota de imperfección –la vaguedad, la imprecisión, lo inacabado y ese modo de exposición, más estético que científico, en el que procede por metáforas y símbolos, proceder que Santo Tomás juzga con severidad– de hecho es en él una ventaja y preserva de una deformación demasiado perjudicial, las verdades que con su genio supo conquistar. Desde este punto de vista podría decirse que el platonismo es falso, si se lo toma como sistema definitivo; pero si se lo considera como algo transitorio, como un movimiento hacia algo superior a él, el platonismo ha constituido en la formación de la filosofía un magnífico monumento de transición."

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